Érase una vez, un niño y una niña, que amaban la Naturaleza, pero ambos disfrutaban de ella de forma diferente. Él amaba correr saltar, escalar árboles... a ella le gustaba todo eso, pero amaba con devoción pasear, hablar con las plantas, charlar con el Sol y ayudar a algun animalillo, una actividad más tranquila. Sea como sea, la cuestión es que ambos eran felices en ella, y la trataban como un tesoro, un amor... la Naturaleza era su casa. Un día de domingo en la mañana, la niña se puso un vestido nuevo, azul cielo, con manguitas de globo y un precioso delantal blanco, impecable quedó al terminar poniéndose unos zapatitos blancos de charol. Sumamos que su mamá le hizo dos trenzas como sólo ella sabía hacerlas, definitivamente Mika se sentía una princesa. Julián, como era domingo, tenía obligación de ponerse sus pantalones de domingo grises cortos por la rodilla, una camisa roja y para que no cojiera frio un jersey de pico rojo, dejando el cuello de la camisa por fuera. Desconcertaba l
El camino se hace al andar